¡Ojo con el botón de avance rápido!


Seminario Rabinico Latinoamericano



Recuerdo aquél día en el que junto a Johanna, mi esposa, recibimos por fin el video editado de nuestro casamiento. Con mucha emoción colocamos la cinta en el reproductor de videos (sí, hace once años se grababa todavía en videocasetes) y juntos revivimos cada momento de aquél maravilloso día. Aún conservo fresca la sensación de ansiedad por mostrárselo de principio a fin a cada uno de nuestros amigos. Por fin, en grupitos, fuimos juntándolos para compartir nuestro más preciado recuerdo. El desenlace era previsible: A los pocos minutos el primero de ellos comenzó a bostezar, luego otro, y otro más. ¡Ya para la segunda tanda de baile estaba cada uno enfrascado en su propia conversación! Entonces llegó la acción liberadora que todos, sin decirlo, estaban esperando: Presioné el botón de avance rápido, me conformé con mostrar un pantallazo general de la fiesta y avanzar directamente a lo “importante”, salteando así las partes “aburridas”.

  • ¡A quien no le pasó esto alguna vez algo así! Sucede que somos la generación del zapping; nos cuesta estar mucho tiempo haciendo lo mismo y sostenemos que en la vida todo tiene que ser abreviado, resumido y sumamente acotado.
    Sucede que con esos mismos ojos de apuro, intentamos una y otra vez leer la Torá. Ciertos pasajes son muy llevaderos y sus historias de vida nos hacen pensar. En ocasiones se nos relata episodios que nos quedan muy lejanos en el tiempo pero que de todas formas despiertan nuestra atención. Pero otras veces sentimos la tentación de saltear capítulos donde la Torá se vuelve sumamente detallista y puntillosa. Un ejemplo de esto lo encontramos en Parashat Masei, la última del cuarto libro de la Torá, llamado Bemidbar. Al comienzo de nuestra parashá, el texto enumera uno a uno los lugares por los que el pueblo de Israel pasó – y acampó – en su travesía por el desierto desde el éxodo hasta la Tierra de promisión. En casi todos los casos, se describe a un Am Israel que se levantó de donde estaban y acampó en otro lado. Una y otra vez, contando incluso algún dato que en dicho lugar haya sucedido. Suena aburrido, reiterativo y descriptivo hasta la médula.
    Siendo que la Torá dedica solo 34 versículos a la Creación del Mundo, ¿Cómo se explica que se destinen 49 a la descripción de las estaciones?
    Maimónides (España-Egipto, siglo XII) afirma que las paradas se encuentran detalladas para que las generaciones futuras conozcan todos los milagros que el Kadosh Baruj Hu generó en el desierto marcándole al pueblo el camino correcto. En consonancia, Ovadiá Seforno (Italia, siglo XVI) supone que este detalle hace pensar en el mérito de aquella generación caminando tras los pasos de Dios en una tierra árida como lo es el desierto, con el objetivo de llegar en algún momento a la tierra de Canaán. Por su parte, su contemporáneo italiano, el rabino Abraham Menajem Rapa sostiene que fueron escritos para que, cuando cualquiera de nosotros pase hoy por alguno de estos lugares, diga: “Bendito aquél que hizo un milagro para nuestros padres en este lugar” (basándose en un pasaje del Talmud de Babilonia en Brajot 9a).
    Sea como fuere, pareciera ser que ninguno de estos versículos tiene una enseñanza intrínseca y la tentación nos alienta a presionar el botón de avance rápido, saltar esta larga descripción y llegar así a la parte “importante” de la Parashá.
    Sin embargo, estas 42 paradas son mucho más relevantes de lo que pudiéramos imaginar. Tanto, que los sabios post talmúdicos dictaminaron que así como fueron 42 las estaciones en las que el pueblo acampó, también sean 42 los renglones que disponga cada columna de un rollo de la Torá (Sofrim 2, 11). Si bien existen otras opiniones al respecto (véase por ejemplo Mishné Torá, Hiljot Sefer Torá 7, 10), hoy en día prácticamente todos los Sifrei Torá se escriben en columnas de 42 renglones, uno por cada una de las estaciones en las cuales acamparon nuestros antepasados.
    Son muchas las razones, pero especialmente me convence una: Así como cada lugar formó, forjó, templó, movilizó y enseñó algo a aquella generación, así debiéramos preguntarnos – en forma simbólica, antes de pasar de un renglón a otro – qué se puede aprender de las palabras que acabo de leer. De la misma forma que cada parada fue necesaria para llegar a destino, así también cada letra de la Torá guarda un mensaje para llenar el alma. Llevado a nuestra vida cotidiana, cada individuo es producto de su vida, de su historia. Aún aquellos momentos que se quisieran acelerar, son parte de un aprendizaje que, a la larga, te llevarán a la Tierra de promisión, a tu experiencia y a tu propio destino.
    Cierta vez alguien me enseñó que las personas queremos avanzar rápido para crecer antes de tiempo, y siendo adultos buscamos tener a mano el botón de retroceso para volver a ser chicos nuevamente en caso de necesidad. Lo veo con mis hijos, y lo siento en carne propia cada día. Quizás la clave resida en valorar cada momento tal cual es, invertir los contados años en una vida significativa, y antes de pasar al renglón siguiente, preguntarnos: ¿Qué aprendí hoy aquí?
    Seminarista Sebastián Grimberg — con Sebastián Grimberg

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